Nada como ser un señor feudal con todo y castillo propio. Y mejor aún, poder darse el gusto de mandar a los vasallos a construir un jardín propio al frente, donde poder meditar, disfrutar del paisaje y la naturaleza e incluso practicar para mejorar sus habilidades en el campo de batalla.
El señor Ikeda quién reinó sobre el país de Bizen (antiguo nombre de Momotarolandia) en la segunda mitad del siglo XVI tuvo el gusto de mandar a construir su jardín sobre una isleta artificial en medio río Asahi. Hoy, a este lugar lo conocemos hoy como el Jardín Korakuen (後楽園).
Lo que no se imaginó Ikeda-san era que en pleno siglo XXI, su "humilde" creación no sólo ha sobrevivido a los embates de la guerra y de la historia, sino que además es uno de los tres jardines más importantes de todo Japón y por lo tanto, un patrimonio histórico y cultural del país.
En un terreno de 133 mil metros cuadrados, hay varias casas de té, altares y un templo sintoísta, pequeñas tiendas de "souvenirs" alusivos a Momotarolandia y por supuesto, una gran variedad de la flora más bonita de Japón.
El jardín Korakuen tiene también una gran superficie con pastisales y mucha agua. Tanto estanques como lagos albergan a mis queridos amigos los peces carpa, (鯉) a quienes, tanto niños como adultos con corazón de niño, disfrutamos alimentarlos con comida especial que allí se vende.
A lo largo del año turistas nacionales e internacionales se pasean por el jardín. Y no faltan las parejas de novios japoneses que la sesión fotográfica y ceremonia de boda en sus inmediaciones.
Me gusta ir al jardín Korakuen en cada estación porque los paisajes y el follaje cambian haciendo que siempre sea una experiencia distinta de algo ya conocido. Este verano tengo pendiente ir a la velada para observar la luna, donde se iluminan los predios del jardín y el castillo bajo la noche clara veraniega.
Desde los cerezos en primavera, los nenufáres y flores de loto en verano, los maples color fuego otoñales hasta la belleza dormida de la naturaleza en invierno, todo cambia y sin embargo, permanece constante. Esta filosofía del diseño japonés está plasmada en el Korakuen como un recordatorio vivo de gloriosos tiempos pasados y un futuro lleno de retos.
Indiferente a todo se mantiene el jardín del Señor de los Momos inmutable en el tiempo.
El señor Ikeda quién reinó sobre el país de Bizen (antiguo nombre de Momotarolandia) en la segunda mitad del siglo XVI tuvo el gusto de mandar a construir su jardín sobre una isleta artificial en medio río Asahi. Hoy, a este lugar lo conocemos hoy como el Jardín Korakuen (後楽園).
Lo que no se imaginó Ikeda-san era que en pleno siglo XXI, su "humilde" creación no sólo ha sobrevivido a los embates de la guerra y de la historia, sino que además es uno de los tres jardines más importantes de todo Japón y por lo tanto, un patrimonio histórico y cultural del país.
En un terreno de 133 mil metros cuadrados, hay varias casas de té, altares y un templo sintoísta, pequeñas tiendas de "souvenirs" alusivos a Momotarolandia y por supuesto, una gran variedad de la flora más bonita de Japón.
El jardín Korakuen tiene también una gran superficie con pastisales y mucha agua. Tanto estanques como lagos albergan a mis queridos amigos los peces carpa, (鯉) a quienes, tanto niños como adultos con corazón de niño, disfrutamos alimentarlos con comida especial que allí se vende.
A lo largo del año turistas nacionales e internacionales se pasean por el jardín. Y no faltan las parejas de novios japoneses que la sesión fotográfica y ceremonia de boda en sus inmediaciones.
Me gusta ir al jardín Korakuen en cada estación porque los paisajes y el follaje cambian haciendo que siempre sea una experiencia distinta de algo ya conocido. Este verano tengo pendiente ir a la velada para observar la luna, donde se iluminan los predios del jardín y el castillo bajo la noche clara veraniega.
Desde los cerezos en primavera, los nenufáres y flores de loto en verano, los maples color fuego otoñales hasta la belleza dormida de la naturaleza en invierno, todo cambia y sin embargo, permanece constante. Esta filosofía del diseño japonés está plasmada en el Korakuen como un recordatorio vivo de gloriosos tiempos pasados y un futuro lleno de retos.
Indiferente a todo se mantiene el jardín del Señor de los Momos inmutable en el tiempo.